Problemas religiosos...
Leo en el blog de Arcadi Espasa:
“Toda persona debe ser respetuosa con las creencias de los demás”, dice el editorial de El País que examina profilácticamente el caso de las caricaturas de Mahoma. ¿Qué supone el respeto? ¿Y hasta dónde llega? ¿Afecta por ejemplo a las creencias de los padres norteamericanos que exigen que sus hijos aprendan la teoría del diseño inteligente? Cuando un juez de Pensilvania dio la razón a los darwinistas, el editorial de El País escribió lo siguiente: “La sentencia de Pensilvania demuestra que en EE UU existen los mecanismos para que la sociedad se defienda contra lo que ya no puede calificarse sino como superstición.
Está en su naturaleza que los fundamentalismos intenten imponer sus verdades. Y en la esencia de los Estados democráticos, que éstos defiendan el acceso a la ciencia, al conocimiento, a la cultura, y a la libertad de culto y debate.” Si la teoría del diseño inteligente es una superstición (y no es una palabra baladí: el editorialista propone, con mucho acierto, que cualquier religión sea considerada una superstición) supongo que, igualmente, la imposibilidad de representar icónicamente a Mahoma (por cierto: tratándose de alguien al que no se le ha visto nunca la cara me pregunto por qué “M a h o m a” no es, también, una representación) será considerada como tal y como tal rechazada. ¿Entonces? ¿El respeto? La posibilidad de que la representación de Mahoma ofenda sólo puede darse en un contexto: entre mahometanos. Es pecado. Como es pecado, parece, comer carne de cerdo. ¿Respeto a las creencias? Por supuesto. Yo tengo aquí una: soy ateo. Se la propongo al Wall Street Journal cuando dice: “Insultar las creencias religiosas es incendiario”. Yo me siento frecuentemente insultado por mi condición. Quiá insultado: acoquinado, despreciado, humillado.
La impresionante superioridad moral del creyente. Lo primero que les viene a la boca es “respeto”. Es decir: tú no estás autorizado. Y naturalmente lo estoy. Puede que yo no sea digno de entrar en su casa. Pero cuando las creencias se manifiestan fuera de la casa el asunto cambia. Cuando las caricaturas de Mahoma, de Cristo y de (A)teo se pintan fuera de sus respectivos templos no hay ofensa posible. ¡Cómo podría yo ofender a nadie diciendo que dios es un tarado! Nuestro mundo, libre y laico, ha diseñado un espacio de acuerdo sobre la ofensa. La injuria, en términos jurídicos.
Los totalitarismos religiosos (y no religiosos: en el 1984 orwelliano tampoco se podía mostrar el rostro del Gran Reconstructor) pretenden ampliar ofensivamente ese espacio. No sólo matan (es decir irrumpen criminalmente en el espacio público) en nombre de Dios. Aún peor: pretenden que comamos y riamos también en su nombre. Cuidado con la sátira, dice El País. Y no se sabe si precaviéndonos o advirtiéndonos.
Está en su naturaleza que los fundamentalismos intenten imponer sus verdades. Y en la esencia de los Estados democráticos, que éstos defiendan el acceso a la ciencia, al conocimiento, a la cultura, y a la libertad de culto y debate.” Si la teoría del diseño inteligente es una superstición (y no es una palabra baladí: el editorialista propone, con mucho acierto, que cualquier religión sea considerada una superstición) supongo que, igualmente, la imposibilidad de representar icónicamente a Mahoma (por cierto: tratándose de alguien al que no se le ha visto nunca la cara me pregunto por qué “M a h o m a” no es, también, una representación) será considerada como tal y como tal rechazada. ¿Entonces? ¿El respeto? La posibilidad de que la representación de Mahoma ofenda sólo puede darse en un contexto: entre mahometanos. Es pecado. Como es pecado, parece, comer carne de cerdo. ¿Respeto a las creencias? Por supuesto. Yo tengo aquí una: soy ateo. Se la propongo al Wall Street Journal cuando dice: “Insultar las creencias religiosas es incendiario”. Yo me siento frecuentemente insultado por mi condición. Quiá insultado: acoquinado, despreciado, humillado.
La impresionante superioridad moral del creyente. Lo primero que les viene a la boca es “respeto”. Es decir: tú no estás autorizado. Y naturalmente lo estoy. Puede que yo no sea digno de entrar en su casa. Pero cuando las creencias se manifiestan fuera de la casa el asunto cambia. Cuando las caricaturas de Mahoma, de Cristo y de (A)teo se pintan fuera de sus respectivos templos no hay ofensa posible. ¡Cómo podría yo ofender a nadie diciendo que dios es un tarado! Nuestro mundo, libre y laico, ha diseñado un espacio de acuerdo sobre la ofensa. La injuria, en términos jurídicos.
Los totalitarismos religiosos (y no religiosos: en el 1984 orwelliano tampoco se podía mostrar el rostro del Gran Reconstructor) pretenden ampliar ofensivamente ese espacio. No sólo matan (es decir irrumpen criminalmente en el espacio público) en nombre de Dios. Aún peor: pretenden que comamos y riamos también en su nombre. Cuidado con la sátira, dice El País. Y no se sabe si precaviéndonos o advirtiéndonos.
He resaltado en negrita las partes que he considerado importantes para mi y es que en pleno siglo XXI que estamos y que todavia nos gastemos dinero recibiendo al Ratzinguer o que muera gente por un profeta es algo que me toca sinceramente los cojones.
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